Hoy hace 18 años que recibí la grata noticia de que había nacido María, mi primera nieta. Cuántos recuerdos mantengo de ella. He registrado sus originales expresiones, sus “maduros” comentarios; conservo grabaciones de sus primeros balbuceos, de su suave vocecita cantando y charlando y ni hablar los álbumes repletos de fotografías de su deliciosa niñez. La recuerdo compartiendo inolvidables funciones de ballet en el Teatro Colón.
Dios, santo y bueno, todopoderoso y sabio, el 11 de octubre me cubrió con una oscura nube. En medio de la persistente tristeza me arrodillé y me sigo arrodillando ante el trono divino y cierro mis labios a toda pregunta. Lo adoro y le agradezco por el tiempo que nos prestó a María. Mi Dios vive. Él sostiene mi corazón, y aunque muy frecuentemente se me anude la garganta y corran las lágrimas, es real el consuelo de mi Padre. Su Palabra es permanente fuente de nuevas fuerzas para servirle a Él y a mis semejantes. “Ámense sinceramente unos a otros. Esfuércense, no sean perezosos y sirvan al Señor con corazón ferviente. Vivan alegres por la esperanza que tienen; soporten con valor los sufrimientos; no dejen nunca de orar” (Romanos 12.9-12, VP).
Abuela Martha Dergarabedian
domingo, 22 de febrero de 2009
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1 comentario:
Martha y mi papá se conocían, será por eso que el caso de María me toca de cerca, aparte de ser papá de una nena también de 17 años. Las palabras de Martha son tremendas, fruto de una fe sincera en un Dios verdadero. ¡Gracias Martha!
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